¿Cuánto tiempo ha pasado desde el primer error? Trescientos sesenta y cinco multiplicado por dos menos dieciocho por siete menos, a su vez, cuatro días. Esto suma un total de seiscientos días de vacío, seiscientos días de tu total ausencia.
Nunca tenemos en cuenta la suma de nuestros errores, son tantos... no se si esto os pasará a vosotros, pero recuerdo cada momento, minuto y segundo de mi primer gran error. Un largo día de verano, en el que no podía sentir ni los espíritus de los altos montes. Solo sentía nervios y un calor subiéndome por entre los dedos, como si algas fueran diluyéndose en mi interior. Entonces subí, muy alto, hasta la estratosfera, aproximándome por milímetros a la ingravidez. Me faltó muy poco, os lo juro, pero la gravedad una vez más ganó, por eso de que las cosas caen por su propio peso.
Y eso fue lo que pasó, caí. Velocidad estimada de la caída: ¿nueve coma ocho metros por segundo al cuadrado? Ni hablar. Caí tan rápido que no logré ver el suelo, seguí cayendo hacia las entrañas de mi mundo, pasando por mi corazón, mucho más adentro, debí coger un atajo porque no vi mis principios por ninguna parte. Entré en el bucle de mis pensamientos, la conciencia no paraba de gritar pero poco a poco se convertía en un grito sordo. Me aventuré hacia mis impulsos que no paraban de reaccionar y moverse, jamás los había visto tan excitados. Entonces llegué. Llegué a lo más oscuro de mi interior. Un lugar muy pequeño pero cargado de viles sensaciones que me producían un extraño sentir. Nunca había visto ese cuarto oscuro. Entonces me odié, ¡vaya sensación! Pero no he podido parar de odiarme desde ese momento. Quise pensar que el detonante de todo fue un estúpido chico de apariencia bondadosa pero que en el fondo era tan hombre como todos. Pero en realidad el detonante, una vez más, fue tu ausencia.
Donde dije digo digo Diego
jueves, 27 de febrero de 2014
lunes, 17 de febrero de 2014
Vuelve
"Recuerdo el abrazo por la espalda que te di mientras te peinabas frente al espejo, pero más aún recuerdo tu inmediata sonrisa."
Cierra los ojos, tengo algo que decirte.
No sé lo que significará, pero he soñado contigo.
De esos sueños tan reales donde no basta pellizcarte.
Tú estabas en frente mío recordando miradas pasadas, viejos sueños que cumplimos.
Te dije: "No te vuelvas a marchar, me romperé".
Me contestaste que era lo mejor para los dos, sobre todo para mí.
Pero sé que mentías.
Me acerqué a darte un beso, para luego recordarte que todo lo prometido seguía en deuda y entonces, te esfumaste. Sólo dejaste un álbum vacío y una carta. Antiguos regalos que volverían a mis manos recordándome que ya nunca regresarías. Desperté recordando el suave tacto de tus manos y la textura de tus párpados, el espacio entre tus dedos y los milímetros de tu sonrisa.
Dicen que los sueños se conectan con la realidad. Ojalá sea mentira. Pero mi realidad es tu ausencia, el grito en vano de un "vuelve" que nunca retorna. El espejo en el que me miro y te imagino abrazándome como dos piezas de tangram. Pero los siete años de mala suerte no perdonan.
No quiero que llegue el verano si eso significa no poder verte más. Prefiero ver tu indiferencia a no poder verte, volverme loca por no poder acercarme más a tus piernas que ver como se alejan sin despedirse. No necesito más.
Sólo quiero que me devuelvas ese verano perdido, esos besos que no quisiste darme, esos te quiero que empapados en desidia arrojaste en mi interior. Mi corazón se va encogiendo por cada paso que te alejas de mí. Reconsidéralo. Aún te necesito para respirar, aún no me has arrancado tu espina. Casi no te diferencio de la línea del horizonte y aún así tengo la esperanza de que vuelvas a quererme.
Te dije que me rompería y eso fue lo que pasó.
miércoles, 12 de febrero de 2014
Directos a El País de Nunca Jamás
Como ese conejo asustado dentro de la chistera esperando que alguien lo libere, como el sol en el ocaso que lucha por subsistir unos segundos más, como ese miedo instantáneo al abrir una puerta en la oscuridad. No hace falta decir qué pasará con todo eso ¿verdad?. Son cosas tan efímeras, que no nos damos cuenta en qué momento han volado a El País de Nunca Jamás. Pero lo hacen.
Odio la expresión "Como dos desconocidos que se conocen muy bien". No sé, influye inseguridad, conformismo, injusticia, ironía, desaliento, desesperanza, perdición... pero en cierta medida, esa frase tiene mucha razón. No hay nada más efímero y relativo que la amistad. No hablo de esos "amigos" con los que pasas un buen verano y luego no los ves nunca más, ni de esos que en cada pelea se juran odio eterno. Hablo de esas amistades verdaderas que se alargan en el tiempo y en el espacio. Sí, digo en el espacio porque van llenándote más y más, como si trocitos de ellos fueran alojándose poco a poco en cada rincón de tu cuerpo. De esas amistades que nunca olvidas porque se han ganado un hueco en tu corazón a pesar de que ahora ya no existen. Bueno, si la amistad se rompe es que entonces no fue amistad ¿no? Según el diccionario, para tener una amistad solo hay que compartir una inquietud y mantener una relación afectiva. Bueno, creo que hay más complejidad en esa palabra. Si lo tomáramos al pie de la letra podríamos tener una amistad con nuestro profesor. Pero para mí la amistad no es ser tener un conocido con el que hablar de ciertos temas y compartir inquietudes.
El amigo llega a formar parte de tu vida, a conocerte como nadie y a escucharte todo lo que haga falta. Solo necesitas mirarlo dos segundos a los ojos para saber lo que está pensando. No tienes que estar pendiente de si te habla o no, porque sabes que lo hará. Pero muchas veces sentimos tanto por ese amigo y hemos compartido tantas cosas que te invade un sentimiento de pena. Pena por saber que los demás no podrán sentirse como tú en ese abrazo eterno de las 8 de la mañana. Pena por saber que de esa amistad solo quedará humo. Humo de aquellos trocitos que se han quedado en tu cuerpo, y que poco a poco se van quemando irremediablemente. Humo de las cenizas que una vez fueron momentos. Humo que recubre nuestra mente de los últimos recuerdos existentes y que de pronto se esfuman. Ojalá sea a El País de Nunca Jamás. Ojalá vivir con tu recuerdo en ese maldito lugar.
Empiezas a pensar: ¿Que ocurrió exactamente?¿Fuiste tú?¿Fui yo?¿Crees que vale la pena empeñar tu orgullo para volver? Quizás caí en el error de valorarte más de lo que merecías. Di la puja más alta y perdí. Muchas veces me pregunto si estarías ahora mismo a mi lado si ese mes no hubiese existido, si nos hubiésemos quedado en el intento y solo nos hubiésemos comido con los ojos y no con el alma. Pero mis colmillos resultaron estar más afilados y devoré lo poco que te quedaba. Siempre se nos dio bien odiarnos pero mejor se nos da querernos y aún así decidiste marcharte de mi lado, dejarme sin opción. Ya no puedo ni odiarte ni quererte. Solo me queda ese hilillo de humo que mantiene vivo tu recuerdo, pero no creo que aguante mucho dentro de mi y tendré que dejarlo salir un día de estos y gritar. Gritar como nunca de impotencia por no poder hacerte volver. Tu tomaste tu decisión y ahora soy yo la que tengo que cargar con ella.
Pero como bien dije, la amistad es efímera. Por eso a veces tienes que aceptar el hecho de que algunas personas han entrado en tu vida como una felicidad temporal, no como una amistad eterna, porque de esas ya no existen.
Odio la expresión "Como dos desconocidos que se conocen muy bien". No sé, influye inseguridad, conformismo, injusticia, ironía, desaliento, desesperanza, perdición... pero en cierta medida, esa frase tiene mucha razón. No hay nada más efímero y relativo que la amistad. No hablo de esos "amigos" con los que pasas un buen verano y luego no los ves nunca más, ni de esos que en cada pelea se juran odio eterno. Hablo de esas amistades verdaderas que se alargan en el tiempo y en el espacio. Sí, digo en el espacio porque van llenándote más y más, como si trocitos de ellos fueran alojándose poco a poco en cada rincón de tu cuerpo. De esas amistades que nunca olvidas porque se han ganado un hueco en tu corazón a pesar de que ahora ya no existen. Bueno, si la amistad se rompe es que entonces no fue amistad ¿no? Según el diccionario, para tener una amistad solo hay que compartir una inquietud y mantener una relación afectiva. Bueno, creo que hay más complejidad en esa palabra. Si lo tomáramos al pie de la letra podríamos tener una amistad con nuestro profesor. Pero para mí la amistad no es ser tener un conocido con el que hablar de ciertos temas y compartir inquietudes.
El amigo llega a formar parte de tu vida, a conocerte como nadie y a escucharte todo lo que haga falta. Solo necesitas mirarlo dos segundos a los ojos para saber lo que está pensando. No tienes que estar pendiente de si te habla o no, porque sabes que lo hará. Pero muchas veces sentimos tanto por ese amigo y hemos compartido tantas cosas que te invade un sentimiento de pena. Pena por saber que los demás no podrán sentirse como tú en ese abrazo eterno de las 8 de la mañana. Pena por saber que de esa amistad solo quedará humo. Humo de aquellos trocitos que se han quedado en tu cuerpo, y que poco a poco se van quemando irremediablemente. Humo de las cenizas que una vez fueron momentos. Humo que recubre nuestra mente de los últimos recuerdos existentes y que de pronto se esfuman. Ojalá sea a El País de Nunca Jamás. Ojalá vivir con tu recuerdo en ese maldito lugar.
Empiezas a pensar: ¿Que ocurrió exactamente?¿Fuiste tú?¿Fui yo?¿Crees que vale la pena empeñar tu orgullo para volver? Quizás caí en el error de valorarte más de lo que merecías. Di la puja más alta y perdí. Muchas veces me pregunto si estarías ahora mismo a mi lado si ese mes no hubiese existido, si nos hubiésemos quedado en el intento y solo nos hubiésemos comido con los ojos y no con el alma. Pero mis colmillos resultaron estar más afilados y devoré lo poco que te quedaba. Siempre se nos dio bien odiarnos pero mejor se nos da querernos y aún así decidiste marcharte de mi lado, dejarme sin opción. Ya no puedo ni odiarte ni quererte. Solo me queda ese hilillo de humo que mantiene vivo tu recuerdo, pero no creo que aguante mucho dentro de mi y tendré que dejarlo salir un día de estos y gritar. Gritar como nunca de impotencia por no poder hacerte volver. Tu tomaste tu decisión y ahora soy yo la que tengo que cargar con ella.
Pero como bien dije, la amistad es efímera. Por eso a veces tienes que aceptar el hecho de que algunas personas han entrado en tu vida como una felicidad temporal, no como una amistad eterna, porque de esas ya no existen.
domingo, 26 de enero de 2014
Lo prometido
Me acuerdo que cuando empecé con este "proyecto" tus palabras finales fueron: "espero que nunca escribas sobre mi". Lo siento, pero tenía que hacerlo. Si pudieras tan solo ver la capa superficial de toda la mierda que tengo dentro lo entenderías. Pero sé que no va a ser así.
No creas que no entiendo por lo que estás pasando, pero no puedes pretender entrar en mi vida desde hace dos días y poner mi mundo a tus pies. No confundas, no te guardo rencor, ¿cómo podría hacerlo? Es como si de las casillas que tiene un cuestionario, tú cumplieras todas. Pero como he dicho, no sabes absolutamente nada de mi. Podrás conocer mi carácter, incluso entenderías alguna de mis decisiones sin sentido, pero dudo que sepas por todo lo que he tenido que pasar y todo lo que mi interior esconde.
Todo acabó como empezó, cometiendo errores. Tengo la teoría perfecta y siempre la derrumbo con mis actos. No creo que ahora mismo sirva de mucho decir lo siento. De hecho, ni me molestaré en decirlo, seguramente la volvería a cagar. No quiero hacerte más promesas ni decirte todo lo que me encantas porque, como habrás podido comprobar, aquí lo que cuenta son los actos. Solo te recrimino una única cosa, no dejarme ir cuando tuviste la oportunidad, cuando te lo rogué. Pero no me dejaste y yo no quería hacerte más daño. Pero otra vez ese fue mi error, no usar la cabeza. Deberíamos de haber sufrido antes para no hacerlo ahora. Pero no fue así. Y aquí me tienes a las 3 de la mañana pensando en ti, en love actually, en tu cicatriz, en tus lunares, y en esa fiesta. Ojalá estuviera ahora en ese jodido momento. Pero ya eso se acabó.
Te pido una última cosa: si te aprecias a ti mismo, no me dejes volver.
No creas que no entiendo por lo que estás pasando, pero no puedes pretender entrar en mi vida desde hace dos días y poner mi mundo a tus pies. No confundas, no te guardo rencor, ¿cómo podría hacerlo? Es como si de las casillas que tiene un cuestionario, tú cumplieras todas. Pero como he dicho, no sabes absolutamente nada de mi. Podrás conocer mi carácter, incluso entenderías alguna de mis decisiones sin sentido, pero dudo que sepas por todo lo que he tenido que pasar y todo lo que mi interior esconde.
Todo acabó como empezó, cometiendo errores. Tengo la teoría perfecta y siempre la derrumbo con mis actos. No creo que ahora mismo sirva de mucho decir lo siento. De hecho, ni me molestaré en decirlo, seguramente la volvería a cagar. No quiero hacerte más promesas ni decirte todo lo que me encantas porque, como habrás podido comprobar, aquí lo que cuenta son los actos. Solo te recrimino una única cosa, no dejarme ir cuando tuviste la oportunidad, cuando te lo rogué. Pero no me dejaste y yo no quería hacerte más daño. Pero otra vez ese fue mi error, no usar la cabeza. Deberíamos de haber sufrido antes para no hacerlo ahora. Pero no fue así. Y aquí me tienes a las 3 de la mañana pensando en ti, en love actually, en tu cicatriz, en tus lunares, y en esa fiesta. Ojalá estuviera ahora en ese jodido momento. Pero ya eso se acabó.
Te pido una última cosa: si te aprecias a ti mismo, no me dejes volver.
sábado, 25 de enero de 2014
Elegir, aunque duela
Hace tiempo que llevo intentando escribir sobre un tema que
me parece fascinante. Pero sin embargo, no he podido. A lo mejor las estrellas
no estaban alineada con Júpiter en ese momento, o la Luna no me mostraba su
cara buena, quien sabe. Pero tras varios días luchando con mi mente, y sobre todo con mi corazón, me he lanzado al
foso de los leones para acurrucarme con ellos junto al portátil y escribir
esto.
Hace dos días, escuché a una profesora licenciada en psicología hablar de un tema personal con una alumna. De repente dijo algo que me sonó muy familiar: “Tienes que pensar con la cabeza no con el corazón”. Pensé que era la única que piensa que el corazón es algo estúpido y que lo único que hace es transformar la realidad, como un espejismo, para terminar cayendo siempre en arenas movedizas. La verdad es que esas palabras me motivaron mucho para escribir sobre esto.
Es difícil defender una teoría cuando todo el mundo te
intenta convencer de lo contrario y hasta tú misma la pasas por alto. Hoy en día la
gente se guía más por el corazón que por la razón. Y lo peor es que son
conscientes de ello. Me gusta pensar en la lucha que tiene la mente con el
corazón como un duelo a muerte entre dos pistoleros. El objetivo del duelo es
disparar antes para no terminar muerto. Pues bien, yo me imagino al corazón,
con su revólver LeMat con tambor de 9 cartuchos, a un lado del descampado
sacudiendo la tierra con gran confianza. Al otro se encuentra la mente,
sujetando una Smith & Wesson, modelo 10, calibre 38. La mente no se confía
sabe desde el principio quién va a ganar, sin embargo siempre lo sigue intentando.
El final es trágico a la vez que certero. Siempre consigue disparar primero el
corazón.
Pero ¿por qué hacer lo que nos dicta el corazón, si sabemos que es la decisión equivocada? Sinceramente aún no sé la razón. Pero me imagino que el corazón viene a ser uno de esos personajes miserables, estafadores, que intentan hacernos creer que esa persona que está en frente nuestra es la clave de nuestros problemas, que no hay nadie como ella y que haríamos todo lo posible por estar con ella, hasta sufrir. Y es que ese es el único objetivo del corazón, hacernos sufrir, prometernos el oro y el moro y al final dejarnos sin nada.
¿Qué nos pasa cuando hacemos, por una vez en nuestra vida,
caso a nuestra mente? El proceso es el contrario. La mente nos dice: “Vas a
sufrir ¿lo sabes?”, pero vale la pena sufrir al principio si luego nos damos
cuenta que esa persona no vale la pena tanto como para arrastrarnos por ella.
Nuestra conciencia se ve tranquila y en ese momento decimos: “Hice lo correcto,
aunque doliera”. Y a partir de ahí, empezamos a valorar más a nuestra mente y a
dejar encerrado en ese foso de leones a nuestro corazón. Sufrir es inevitable,
lo importante es ver qué resultado queremos conseguir. Así que si alguna vez en
vuestra vida hacéis caso a vuestra mente y no a vuestro corazón, enhorabuena.
Habéis tenido cojones. Pero cuidado, que no se os escape del foso.
jueves, 23 de enero de 2014
Podrías hacer algo por volver
Quiero que sepas que eres el culpable de que hoy me sienta extrañamente bien. No te disculpes. Sé que no fue culpa tuya querernos tanto y que si ahora estamos enfrentados es porque nuestros polos estaban en una lucha constante y de repente, se pararon. Vinieron distracciones, otros imanes que nos acercaron al precipicio, pero no juntos. Tú a un extremo de la mesa y yo a otro. Quién iba a decir que la caída fuera tan larga. Ya ves, aun no he llegado y ya te extraño. Pero es necesario esta separación, lo comprendo. No podemos hacernos más daño.
Llámame cuando necesites una amiga o un tobogán por el que deslizarte hasta mis hoyitos, allí estarás a salvo. Pero no lo hagas si tus intenciones nos llevarán a la confusión, a repetir los errores, a saltar al vacío de nuevo. Sabes que no puedo evitar tropezar contigo una y otra vez y aún así te sigues cruzando en mi camino. No te basta con verme llorar, tú necesitas que ruegue por ti, que te añore cada día más y que poco a poco vayas anidando en mi ser. Te pido una última cosa, si me vas a querer, hazlo bien.
No se si soy esa chica por la que volverías a cometer los mismos errores una y otra vez, pero podrías hacer algo para volver ¿no crees?
Llámame cuando necesites una amiga o un tobogán por el que deslizarte hasta mis hoyitos, allí estarás a salvo. Pero no lo hagas si tus intenciones nos llevarán a la confusión, a repetir los errores, a saltar al vacío de nuevo. Sabes que no puedo evitar tropezar contigo una y otra vez y aún así te sigues cruzando en mi camino. No te basta con verme llorar, tú necesitas que ruegue por ti, que te añore cada día más y que poco a poco vayas anidando en mi ser. Te pido una última cosa, si me vas a querer, hazlo bien.
No se si soy esa chica por la que volverías a cometer los mismos errores una y otra vez, pero podrías hacer algo para volver ¿no crees?
Y en ese momento juro que éramos infinitos
Ir por la calle atenta a tus cosas. A tu madre que
no para de escribirte por whatsapp diciendo que te ha dejado la comida en el
microondas, a tu amiga que por decimoquinta vez se ha peleado con su novio, al
revoltijo de cables que se ha formado en tus cascos. Pero algo te incita a
mirar hacia delante. No es una piedra, ni esa mariquita tan graciosa que
intenta escalar por la acera de la calle. Es algo más. No tiene color, no sé
cómo puede ser eso posible, pero no lo tiene. Sin embargo se encuentra cerrado
en una pequeña cajita. Esta cambia de color según quién la posea. A veces es
azul, otras verdes, y otras marrón. Mis cajas preferidas son las de color miel
y las negras. Las negras me transmiten una sensación de vacío pero, a la vez,
si me quedo fija mirándola, de pronto, soy infinita. No como un cociente con
denominador cero, no. Simplemente me siento así por una milésima de segundo.
Infinita en el tiempo, y en el espacio. Atravieso el Universo en un segundo y
de nuevo estoy ahí, en frente de esa cajita.
Ese algo encerrada me está gritando. Al principio no
la escucho muy bien. Necesito acercarme un poco más para saber lo que trata de
decirme. Esto no me supone un gran esfuerzo. Es como si mis ojos fueran el polo
negativo y la caja esté llena de protones estimulándome a que me acerca cada
vez más, que abra la caja y vea finalmente lo que hay dentro. Nada más dar un
paso hacia delante, la voz se escucha clara, nítida. De pronto mis pupilas se
dilatan. No sé por qué, yo no lo controlo. Ni siquiera sé aun lo que me está
diciendo, pero mi subconsciente si debe de entenderlo. Cuando te das cuenta te
has perdido en el interior de esa caja. Aunque parezca pequeña, tiene mucho que
esconder y seguramente me cueste unos días visitar todos sus rincones. De
pronto me encuentro con ese extraño ser, el habitante de la caja negra. Se
sobresalta un poco, es normal, no todo el mundo irrumpe en su hábitat de forma
tan brusca. Pero mantengo una agradable conversación con él. Sobre el futuro y
sus infortunios. Sobre ese negro tan particular que recubre la caja y ¿sabéis
qué? Me ha dicho el secreto. No sé si conocéis los agujeros de gusanos.
Básicamente los agujeros de gusano son un atajo a través del espacio y el
tiempo. Ahora ya entiendo esa extraña sensación,
el sentirme infinita en esa milésima de segundo. Antes de marcharme le he
dejado un recado. Le he dicho que no me olvide nunca y que la próxima vez que
nos encontremos sea para recorrer el Universo juntos por los agujeros de gusano
de su caja. Que no creo que me quede a dormir pero que gracias por la
invitación. No se me ha ocurrido nada más para decirle.
Entonces, sigo mi camino pensando que quizás nunca
hable con la persona con la que acabo de tropezar por la calle pero sí me ha
dado tiempo de mirarle esos bonitos ojos, esas pequeñas cajas que protegen un
extraño ser. La esencia, la chispa, llámalo como quieras.
El caso es que me ha
parecido fascinante entrar en esos ojos oscuros y ver esa chispa que despierta
en mí una curiosidad morbosa que me incita a seguir mirándolo hasta que pase el
otoño. O quizás el invierno. Quiero volver a perderme en ellos, hablar sobre lo
difícil que está la vida, sobre la impotencia de salir de esos ojos negros y
volar hacia donde las golondrinas anidan. Y es que nada puede comparar a estar
en el interior de esos ojos. No quiero volver a salir de tus ojos, quiero ser
siempre infinita.
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